Autor
Nélida VelezMamá, no pierdas las llaves
Mamá, no pierdas las llaves
Las campanadas del reloj del comedor diario, marcaron la hora.
- Siempre adelanta-, masculla Juana, entrando en la cocina. Se acerca a la ventana y la abre. Afuera, un sol incipiente, se fragmenta sobre las baldosas húmedas del patio. - -Que enchastre, otro día de “merda” para mi artrosis- dice. Mira las hojas de las plantas que, cuando el viento las mueve, cambian el color verde por plata. –Verde y plata, plata y verde-. El juego de palabras la hace sonreir. –Dios, todavía tengo humor-, y tomando la birome que cuelga del llavero en forma de corazón y con dedicatoria, que le hizo Adriancito en la escuela cuando estaba en quinto grado, agregó “lechuga” a la lista de la compra, que le dejará al verdulero. Después irá hasta el puesto de las flores, donde Clelia, la florista, le elegirá una flor y luego le dirá, igual que siempre – Abuela, no se olvide de cambiarle el agua todos los días.- y Juana se tragará las ganas de contestarle – Abuela las pelotas, abuela será tu madre.
Por la tarde, cuando regrese, les pagará, comprando luego, el pescado y la leche. Quiere que sus huesos estén tan activos como su memoria. Entonces mira el almanaque colgado en la pared. Veinticinco de abril de milnovecientos setenta y ocho. Nunca arrancó la hoja.
Vuelve la vista hacia el patio, amanece, igual que siempre, igual a todos los días, a los tumbos, mientras la niebla, fagocitando las imágenes, deja sobre las baldosas confusión y lágrimas. Y adentro, el vacío, ese espacio hueco que paradójicamente ruge como un tornado que no acaba, en donde el tiempo está circunscrito a un ir y venir, igual al eco que va y vuelve con un aullido ronco, girando sobre sí mismo en una noria sin fin.
Juana cruza los brazos sobre su panza y se balancea, hasta que la humedad le chorrea por las mejillas. –Humedad de mierda- dice, y desprendiéndose del abrazo, se pasa la palma de la mano por su cara. Baja del estante un frasco, lo abre, vuelca diez globulitos en la tapa y los deja caer adentro de la boca. Cierra el frasco y lo coloca nuevamente en su lugar. Chupa los glóbulos hasta que se disuelven. Abre la canilla, llena la pava con agua, cierra, tapa y encendiendo el gas, la coloca sobre la hornalla. Automáticamente, agarra el mate, le pone yerba, el edulcorante y metiéndole la bombilla adentro, sacude para mezclar. Apaga el gas. Se toma unos verdes y esta vez no hace juego de palabras.
Busca la cartera, guarda la lista de la verdura y chequea, dinero, la credencial del Anses, el documento único, la foto de Adrián y el pañuelo. Se pone el tapado, mira hacia los lados, y tomando las llaves abre la puerta de la calle, y sale. Se agacha sobre el umbral, recoge el diario y corrobora, veinticinco de abril del dos mil ocho. Treinta años. Dobla el Clarín y se lo lleva para leer en el viaje. Pasa por el mercado. Luego camina hasta Colombres. Tomará el ómnibus que va a la costanera. Bajará. Se acercará al murallón, se apoyará en él. Esto es todo lo que tiene y lo sabe. Un río color de león que ruge. Juana arroja la flor y se quedará esperando hasta que las aguas se calmen.
Luis Cerda Herrera
10. Abril, 2015 | #
Comparto tus versos, la liberta es como el aire que respiramos
Saludos
sergio silva
22. Febrero, 2015 | #
Juan cuevas Quevedo, es este tu correo? si es así espero tu respuesta. Fraternalmente, Sergio silva.
Arsenio Aguilera
22. Enero, 2015 | #
Hermosa poesía que refleja lo vivido abordo de la embajadora de los mares. Felicitaciones por ese maravilloso talento. Un ex-marino y...
Eugenio
06. Agosto, 2014 | #
muy buenos tus poemas, te felicito compadre, aun tengo recuerdos de cuando nos reiamos juntos a otros funcionarios del S.A.G y la...
manuela rodriguez
06. Enero, 2014 | #
Señor marcelino, hermosos sus poemas ,muchas gracias por ayudarnos a encontrar un hotel y personas como ud necesita este mundo Dios lo...